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canasto de gatos

telonear la gran mentira

Portazos

viernes, mayo 19, 2006



Tuvieron que pasar varios años para que, después de pasos por psiquiatra, psicólogo, colegio, universidad, tazas de café, ceniceros llenos y cementerios de latas de cerveza, para que de todas las diatribas que uno se cuestiona complacientemente, yo lograra llegar en un par de noches de insomnio y problemas con la cuchara a hacerme la autorevisión mental que debí haberme hecho mucho tiempo antes.
No hay novedad en que de joven, uno se jacta de total apertura mental y tolerancia al cubo. Mmmmm, deja bastante para pensar. Sin embargo, las cerraduras afectivas, son la tónica de palabras endebles: fobia al flagelo del pololeo, lejanía del núcleo familiar y autoproclamaciones de desarraigo a tiempo, lugar y bandera.
Yo, muchas veces proclamé esos desarraigos, pero la mayoría de las veces, empecé a cerrar la puerta por fuera de todo tipo de vínculos aduciendo conflictos de principios, de ideas, o hasta de entretenimiento. Muchas veces, sin siquiera decirlo, cerré la puerta por fuera a amigos que concientemente dejé de ver, a cada uno de los miembros de mi familia, a mis familiares, a la parentela completa de uno de los lados sanguíneos, a la universidad e incluso, hasta a mi dormitorio o el espacio donde vivía.
"Me carga este huevón consumista, chao con él", "En este lugar no puedo trabajar, así es que me viro a otro lado", son los ejemplos más pedestres. Después, venía el consiguiente desparramo de mierda contra el pasado cercano. "Todo tiempo pasado cercano fue peor", parecía ser mi lema.

Juré no ir más a la ciudad donde crecí, por mucho que mi padre viviera ahí. No me iba juntar más ( ni lo he hecho) con nadie de mi ex colegio, salvo dos personas, porque la mayoría eran huevones balsudos, cuicos e ignorantes. Yo no cuadraba con ellos, ni ellos conmigo, por mucho que me saludaran cariñosamente cuando nos veíamos. Para qué hablar de ex parejas; dar el corte a las relaciones era no hablar por meses ni como amigos, hasta que buscaran del otro lado. Si pasaban los cumpleaños, pasaban. Así nos íbamos, una y una.

Hasta que vine a darme cuenta que de todos los lugares físicos y humanos donde había estado por temporadas largas, había salido peleado o atravesado con alguien. Con los grupos con que terminé en buena, simplemente, no tuve más relación porque me alejé voluntariamente en busca de cualquier otra cosa. Así me fui quedando con mil historias para contar, de las buenas y de las otras, pero sin continuidad en ninguna. Osea, estaba claro, el problema era mío. Con mis viejos y mi hermana, no tuve cortes definitivos precisamente por eso; la sangre tira, llama por teléfono, te regalonea y te convence.

Desparramé el resumidero de mis propias dudas y me iba quedando con conchos de mala onda dentro. Todas las lápidas que cargué a mano para tirar encima, terminaron haciéndome hernias en la espalda. A lo mejor esos juicios lapidarios, en algunos casos, no tuvieron resonancia en ningún lado, y me hice mala sangre solito y sin chistar.

Me debí haber ahorrado horas de caldos de cabeza, haber hecho un nudo con mi lengua y dejar de escribir varias líneas, para ver si efectivamente lo que ejecutaba era un acto de limpieza y no arrebatos maquiavélicamente digitados.

No me desdigo de todo ni me arrepiento de todos mis ratos de mala sangre. Pero haber esperado un segundo más antes de, incluso, echar una cucharada de azúcar más en el café o haberme servido un trago más, me pudo haber evitado bastante.

Lamentablemente, no tengo ahora un contador de portazos por fuera, pero de a poco, me los irán recordando.
posted by Bic desangrado, 7:30 a. m.

1 Comments:

mmm complicado caso... una recomendación si ya empiezas a tener noches de insomnio y problemas con la cuchara, es mejor ir al locólogo, y lo digo por experiencia personal, si das con el indicado resulta.
commented by Anonymous Anónimo, 6:49 p. m.  

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