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canasto de gatos

telonear la gran mentira

lunes, septiembre 25, 2006


Pensaba, literalmente, hacer que mi querido lápiz bic (controlado vía teclado) se desangrase con lo que yo tenía para escribir. Pero se me vienen días agitados en el trabajo y creo que las ideas que tenía para poner aquí merecen un par de vueltas más.

Como yo no puedo ofrecerles nada mío para leer, les haré comprar mercadería de otros.

Ayer encontré el sitio de uno de los periodistas del medio chileno que me motivó a meterme en esta carrera. Lo vi por por primera vez haciendo comentarios de música en un programa de dudosa calidad (Extra Jóvenes), mientras paralelamente, escribía en la excelente revista Subte, suplemento de La Tercera que circuló la segunda mitad de los `90. También tuvo un breve paso por "Mekano", en una suerte de reestructuración que se le quiso dar al programa en cuanto a línea editorial, durante la cual incluso llevaron a bandas a tocar en vivo (sospecharán que no eran ni Axé Bahía ni Karen Paola y su combo) . Bajó el ráting -éramos muy pocos los que encontramos bueno el cambio- y volvió a ser el prostíbulo juvenil que todos conocemos. Eso fue en el 2000.

Más tarde, hubo noticias de él como autor del libro "Exijo ser un héroe", la biografía de Los Prisioneros, en principio un trabajo autorizado que, oh!, sorpresa, al calor de la reunión del trío, pasó a ser una más de las historias que no contaron con la venia de los protagonistas.

El caballero del que hablo se llama Julio Osses y su sitio es http://osses.blogspot.com.



Y para los que quieran darse una panzada de ficción, los dejo con un cuento de la mejor escritora viva de habla hispana, dueña de una pluma sutil, sublime y capaz de articular verdaderos manjares de relatos. La envidio y no sé si de una manera muy sana. Ella se llama Rosa Montero y pueden leerla aquí.



El audio de esta vez queda postergado por motivos técnicos.

Ahí se ven.
posted by Bic desangrado, 4:32 a. m. | link | 0 comments |

¿Mal augurio?

miércoles, septiembre 13, 2006

No suelo recordar lo que sueño cada noche. Y muchas veces en que se me atraviesan imágenes vívidas y sonoras mientras duermo, dentro del estado de profunda somnolencia, pienso que he soñado lo mismo en repetidas ocasiones. Una vez que despierto, dudo total y confusamente de que esas imágenes se me hayan aparecido antes. Salvo en un caso.

La misma historia comenzó a torturar mis noches el 2002. Estaba sin estudiar, en punto muerto académico y había pasado de ser un alumno matriculado a uno en estado de hibernación, que no sabía qué haría y al que no querían tener en la casa engordando y echado sobre la cama, viendo televisión o sentado frente al computador.
Mis meses fuera de la universidad se fueron convirtiendo precisamente en lo que no querían de mí. De un minuto a otro (sin ánimo de reproches), pasé a ser persona non grata en mi casa, y con justa razón: dejé botado todo y tenía tupé de reclamar por cuanta huevada fuese posible.

Con 19 años, no sabía si estaba más cerca de ser un colegial o un universitario presto a entrar en tierra derecha de su carrera. En el que fue mi colegio, aún rondaban personajes que yo conocía, y por mi pequeña ciudad quedaba uno que otro conocido en lo mismo que yo, u otros que simplemente ya estaban lanzados al trabajo. Cada par de semanas llegaba de visita desde su lugar de estudios algún ex compañero de cuarto medio.

Un dato no menor: mi ex colegio quedaba ahora a menos de cinco minutos de donde yo estaba viviendo en ese entonces, y tanto mi hermana como uno de mis hermanastros, eran pingüinos que se levantaban a las 7 de la mañana para estar una hora más tarde en sala tratando de poner cara de atentos.

Ese paisaje empezó a condicionar mi dormir. Y de repente, una vez entregado a los brazos de Morfeo, se largaba la historia.

Yo, debía dejar mis estudios de la universidad por culpa de una notificación del Ministerio de Educación, que me mandaba a buscar en plena clase y ante todo mi curso, para notificarme de que en sus registros yo no aparecía habiendo aprobado tercero medio, por lo cual debería realizarlo durante todo ese año y pasar ese nivel. Recuerdo que un tipo de terno me explicaba el problema con total normalidad, como un mero trámite, pese a que me habían ido a sacar de clases como quién notifica a un citado a declarar ante los pacos.

“Con tu cuarto medio no hay problema, sólo es tercero el que no cursaste. Es un añito nomás, y después, retomas tu vida acá”, es más o menos lo que recuerdo que decía. Y yo, me deshacía en alegatos, que les iba a armar la casa de huifas en plena oficina y que yo mismo iba a ir a buscar los papeles que acreditaban que yo sí había hecho el curso. Que tenía testigos, los que habían sido mis compañeros. Que el colegio se había guardado copias de los documentos.

Pero no. No había caso; papeles oficiales y copias habían desaparecido. Y encima, mis testigos eran calificados de “poco creíbles”, después de que el ilustre Ministerio revisara sus calificaciones en sus respectivas universidades. Las notas eran paupérrimas; no me atreví a decir que personas con ese rendimiento fueran dignas de confianza. Yo tampoco les hubiese creído.


Así es que me volvía otra vez un colegial, resignado a salir de tan surrealista situación, en que no valía la pena reclamar diciendo que si había cursado y aprobado cuarto medio, por mucho que los papeles hubiesen desaparecido, mi paso por el curso anterior era deducible hasta para el más huevón de mis ex compañeros.

Y yo esperaba que, pese a que mi vida en la enseñanza media fue bastante triste, el nivel no bajara de eso. Pero todo era mucho peor. Debía usar el mismo uniforme que tres años antes, pero que ya no me cabía, amén de varios kilos demás bien ganados a punta de buena vida y poca vergüenza universitaria. De mi antigua frondosa cabellera, iban quedando algunas (cada vez más escasas) mechas. E iba a tener que afeitarme a diario.

Una vez en el establecimiento, me di cuenta de que no tenía curso. Mis compañeros no serían los mismos jóvenes y señoritas que yo había dejado de ver cuando recién terminaban la básica. Por ser yo un caso especial, estudiaría aparte, al lado de la oficina del inspector, en un rincón. Me dejarían tareas para resolver, total ellos sabían que yo había hecho tercero medio, pero ante la ausencia de comprobantes, me mantendrían haciendo trabajos fáciles y pruebas esporádicas, y a ratos me irían a ver profesores. Eso sí, tendría que cumplir con todos los días de asistencia que quedaran en el calendario escolar (un semestre entero) y mis recreos serían en horarios diferentes a los del resto. O sea, mi intención de ver y sapear a las minas que antes eran cheque a fecha, pasearse por el casino o haciendo educación física, estaban liquidadas. Lo mismo con la idea de pichanguear con cabros menores y tirar la talla, total, era lo único que podría hacer para matar el tiempo.

No me quedaba otra que ir a la biblioteca. A veces, corría como enajenado por la cancha de fútbol para pasar lo más rápido posible los 20 minutos de recreo, mientras algunos me apuntaban con el dedo y se reían detrás de la ventana de la sala. Hasta los niños de tercero básico me tenían inventados una decena de sobrenombres.

Hasta ahí, la parte "estándar" del sueño. Todo terminaba siempre con la discusión con algún profesor, o conmigo agarrándome a combos con mocosos de 13 ó 14 años que me provocaban a la salida. Y como tenía muchas profesoras jóvenes, a veces me quedaba castigado horas extra por tirarle los cagados a alguna.

Y una vez despierto, abruptamente, me bajaba la depre. Porque, aterrizando tristemente en la realidad, ni siquiera tenía un puto colegio para pasar el tiempo. No estaba estudiando para lo que había planeado ser toda mi vida. Repasaba a toda aquella mina que me había pateado. Se me atravesaban patentemente los goles que me perdí jugando en los recreos. Las cosas que según yo debía saber y no sabía. Los libros que no había leído. Las tonteras que le reclamaba a mi vieja y mis patéticas performance de hijo pastel, vaciando el refrigerador en la casa y emborrachándose los fines de semana, regodeándose ante alguna propuesta de trabajo.

Ese mismo sueño, se me debe haber repetido unas cinco veces antes de volver a estudiar (cinco meses más tarde). Lo suficiente para echarme a perder la onda.

Ese mismo sueño, debe haberse repetido después, una vez por año, y siempre creí que era un mal augurio.

Ese mismo sueño, se me cruzó anoche. Por eso, ahora mismo no quiero ni dormir. No vaya a mutar en lo mismo con un final peor, y encima, sea un pésimo pronóstico.

Y claro, debe ser sintomático: algún cabo suelto me quedó nadando en ese puto colegio.

PD: El audio de hoy corre por cuenta de Dj Concertina. Me hubiese encantado dedicarle el post de hoy para darle la bienvenida por ser la más fiel lectora de estas letras mal pegadas, pero claro está que el texto es un poco negro. Quedará en deuda un escrito a la altura (tkm).


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posted by Bic desangrado, 4:39 a. m. | link | 1 comments |